viernes, 20 de marzo de 2020

CON PALABRAS MAYORES. De los programas asistenciales al desarrollo


De los programas asistenciales al desarrollo
Para iniciar esta columna abriré con una frase que leí recientemente, y decía “…la caridad no acaba con la pobreza, ni siquiera la disminuye. Por lo contrario, la vuelve permanente ya que genera incentivos para su preservación”.
Después de la caída del petróleo, al inicio de 1980, México optó por tener una economía más abierta que le permitiera alargar sus brazos económicos, y con esto tratar de salir del endeudamiento originado por la corrupción en el sector petrolero. El presidente en turno, tuvo que impulsar una política abanderada bajo el concepto “austeridad”, la cual hasta la fecha sigue haciendo eco, tanto en entes públicos, como en privados. De hecho, no hay lugar en donde el cinturón no haya sido ajustado o inclusive se haya llegado ya, hasta la asfixia financiera.
De aquí la importancia por impulsar políticas que generen desarrollo, y no depender de una asistencia social centralizada que, pensando muy mal, tiene un trasfondo clientelar instrumentado a través de censos en los que se determina cuales personas son pobres, y cuales no lo son; y una vez identificadas las personas que viven en situaciones económicas nada fastuosas, se comienza con la dispersión de la dádiva, la cual permite mejorar las estadísticas llenas de números rojos, que afectan al político en turno.
Pero, vivir de programas sociales focalizados estratégicamente es, dejar de impulsar acciones que lleven al ciudadano a ser parte de la solución, y no parte del problema. El ciudadano, debe llegar a un empoderamiento verdadero, uno que lo transforme de “objeto” a “sujeto”, que le ayude a salir de su zona de confort y que le brinde autonomía.
Con esto que menciono, no he querido que se vea como un cáncer a la “asistencia social” pues, quién no ha recurrido a algún tipo de subsidio, apoyo o inclusive a pedirle que se solidarice alguno de nuestros familiares o amigos, cuando no nos alcanza para comprar el gas o pagar la luz. Todos, en algún punto del tiempo hemos recurrido al apoyo de alguien, ya sea porque nuestra situación económica es precaria o, simplemente porque no supimos organizarnos bien para que nos rindiera el dinero a lo largo de la quincena.
Pensar en desarrollo es, pensar en crecimiento; es un ganar, ganar. Lamentablemente, los que menos han ganado, a lo largo del tiempo, han sido los grupos históricamente vulnerados, como lo son: las personas adultas mayores, quienes han sido los clientes favoritos de la asistencia y de los falsos líderes filantrópicos que los convocan a marchar, a gritar y, los condicionan hasta con cuotas obligadas para asegurarles su permanencia dentro de programas sociales.
Evidentemente, esto debe de cambiar, las instituciones tanto públicas como privadas deben abrir sus puertas y su criterio, para que la sociedad organizada pueda penetrar armoniosamente, lejos de cualquier protagonismo social o político. Debemos comenzar a trabajar de manera coordinada, que al cabo siempre habrá algo que sembrar y algo que cosechar. Para lo cual, es necesario actuar solidariamente bajo la bandera de una visión social activa y crítica, evadiendo la pasividad y el egoísmo. Dicho en otras palabras, debemos tener un comportamiento Juarista con un sentido de fraternidad, justicia, libertad y de conciencia plena.
Desde 1988 hasta la fecha hemos saboreado los programas sociales, como: Solidaridad (con Gortari, 1988-1994), Progresa (con Zedillo, 1994-2000), Oportunidades (Con Fox y Calderón, durante la época del Panismo en México, 2000-2012), y Prospera (con Peña, 2012-2018). Es inevitable ver que esta ha sido una política pública de buenas intenciones, pero con resultados muy deficientes, pues según datos del Coneval (Consejo nacional de evaluación de la política de desarrollo social), en la última década México ha salido “tablas”, ya que las estadísticas dicen que la población con ingreso inferior a la línea de pobreza extrema por ingresos, ha permanecido en un 16.8% con 18.7 millones de personas en el 2008, y 21 millones de personas en el 2018. Por dar otros datos, en el estado de Colima se vivió una época en la que la pobreza se acentuó de manera significativa, que según datos del mismo Coneval, fue a partir del 2010, la cual permaneció en ascenso hasta el 2016 con 248 mil 700 personas viviendo en pobreza, y con la misma situación lamentable, las personas en pobreza extrema, que tuvo su máximo ascenso en el 2012 con 27 mil 400 personas.
Algunas de las estrategias que se han impulsado para que esto no continuara avanzando de forma desmesurada fue el ajuste del cinturón, el gasto del recurso público de manera estratégica y eficiente, y sobre todo la sistematización de la información para poder dar lectura más acertada a los datos, y poder atender las necesidades de la población de manera oportuna, óptima y justa.
Sin embargo, parece que esto que se ha vendido implementando a nivel estatal, no ha coincidido con la política federal actual, la cual en su timón está nuevamente grabado el concepto “asistencialismo”. Quizá esté siendo escéptico o muy mal pensado, pero esto de vivir de la dádiva, no nos ha funcionado del todo, espero que, en un futuro muy cercano, nuestros legisladores, nuestros funcionarios y sobre todo nosotros mismos desarrollemos un pensamiento crítico, pero a la vez constructivo y fraternal.
Nos comunicamos pronto amigos y amigas que me leen.

Un ciudadano libre, padre de familia, profesor, amigo y; actualmente, Consejero de la Comisión de Derechos Humanos del estado de Colima (2019-2022), y presidente del Colectivo SolidariaMente desde al año 2016.


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